Belleza chaqueña, la muerte de Carlos Busqued


El pasado 29 de marzo murió el escritor Carlos Busqued. Las sucesivas notas en las páginas literarias dan cuenta del impacto que generó su primera novela, Bajo este sol tremendo, publicada por Anagrama en 2009, y que llegó a los escaparates de las librerías con la distinción de ser una de las finalistas del Premio Herralde de 2008. La novela se volvió película en 2017, con dirección de Adrián Caetano (su última película hasta el día de la fecha) y con roles protagónicos a carga de Leonardo Sbaraglia y Daniel Hendler. Incomprensiblemente, la película se llamó El otro hermano, pero no es esta, por supuesto, la única diferencia entre el libro y su adaptación.

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La novela cuenta la historia de Cetarti, un joven sin trabajo, sin aspiraciones y que pasa la mayor parte de sus horas fumando marihuana y mirando documentales de Discovery sobre la vida de los peces. Un llamado cambia su vida: su madre y su hermano han sido asesinados en un pueblo de Chaco. El asesino no es otro que el marido de su madre, Molina, un suboficial retirado que, luego de cometer los homicidios, se mata él también. Allí comienza el viaje: Cetarti debe ir a reconocer los cadáveres y hacerse cargo de la herencia, aunque esta sea insignificante. En su llegada al pueblo es recibido por Duarte, excompañero de armas de Molina y su albacea. Ambos, nos va sugiriendo la novela, se conocieron en Tucumán en 1975, mientras formaban parte de la operación militar que aniquiló el foco guerrillero del ERP en el monte y que fue un antecedente directo de las prácticas represivas de la Dictadura: la historia de violencia política de nuestro país se cuela por la ventana de la novela y se liga con el carácter psicópata del personaje de Duarte. El tercer personaje clave de la novela es Danielito, el otro hijo de Molina, que vive con su madre, la primera mujer del suboficial muerto: Danielito asiste a Duarte en algunas empresas delictivas locales, de la cual la más notable es el secuestro extorsivo. Su vida también está matizada por el consumo constante de marihuana y por los documentales que mira en la tele.

Con la excusa del dinero de un seguro a cobrar, Cetarti comienza a quedarse en ese pueblo, interactuar cada vez más con Duarte y con otros personajes o sucesos locales. Eventualmente, se va a vivir a lo de su hermano asesinado y se pone a limpiar. Eventualmente, es invitado a participar de uno de los secuestros que organiza Duarte secundado por Danielito. Eventualmente, el lector lo halla en el final de la novela, todavía vivo, todavía dispuesto a vivir la sucesión de eventualidades más o menos violentas que lo llevaron hasta allá. Como toda buena novela, la de Busqued deja ese sabor de seres singulares, no completamente inventados. El tono del narrador es lacónico: no juzga las acciones de los personajes, no los interpreta, narra desde una deliberada exterioridad. Bien mirado, esa narración, una narración desde un afuera que no cesa de avanzar, anticipaba o prefiguraba una posible película.

Carlos Busqued: Una mirada desde la ajenidad

En los créditos de El otro hermano, la palabra utilizada para señalar el pacto autoral es “inspirada”: la película está “insipirada” en la novela. La inspiración, se ha dicho, es satánica. Y al diablo le gusta meter la cola en este tipo de adaptaciones. En primera instancia, hay que decir que la película sigue con bastante rigor el hilo narrativo de la novela, salvo por el final, en donde sí hay una modificación sensible: mientras el final del libro obedecía a una (in)decisión automovilística de dársela de frente contra una vaca en la ruta, el final de la película es resuelto en una escena de violencia pistolera, tarantinesca, entre los protagonistas (no diremos el quién el cómo etc, lean la novela vean la película por Cine.ar). No es un detalle menor, ya que en algún punto refleja una de las decisiones de la adaptación: subirle el precio a la violencia de la trama. No es que la novela no tenga implícitas escenas de violencia, pero, por ejemplo, no narra abiertamente la violación y tortura de Duarte a una mujer que ha secuestrado, mientras que la película sí lo hace. Hay muchas violencias en Bajo este sol tremendo, pero todas están como en estado larval, a punto de explotar: hay una violencia del verbo, que aparece en la lograda oralidad de algunas réplicas de Duarte o de la mujer de Molina; hay una visual, que se verifica en las preferencias pornográficas de Duarte; y hay una violencia valorativa, metafísica: la convicción de que las bestias —humanos, mamíferos o insectos— todas las bestias, nos matamos porque sí, en una pulsión gravitatoria de muerte. En ese sentido, la novela parece ceñirse a la ley del decoro, y de alguna manera triunfa: el Duarte de la novela es un personaje más complejamente siniestro que el Duarte de la película, que a veces se nos aparece como un villano algo pueril. No ayuda aquí la selección del protagonista: mi generación ha crecido con Leonardo Sbaraglia como un referente de personajes nobles y querendones, un poquito cancheros a lo sumo, pero no la semejante escoria humana que viene a ser Duarte. El Duarte de Sbaraglia es demasiado jovial, demasiado porteño.

De nuevo, la elección de subirle el precio a la violencia a la película trae consecuencias colaterales: otra es que el protagonista de la película sea Duarte y no Cetarti. La realidad es que Duarte se roba la película. Esa decisión podría ser buena o mala, pero en cualquier caso redunda en un problema: no hacerle justicia al personaje de Cetarti. Empobrecerlo y dejarlo esencialmente como un fumón al que le van sucediendo algunas cosas extraordinarias. Y no es tan así. Porque uno de los grandes méritos de la novela son esas escenas en que Cetarti o Danielito (cuyas similitudes son tantas que terminan siendo un poco el mismo personaje, un alter ego bicéfalo del propio Busqued, según este nos ha anoticiado a través de sus intervenciones en público o en redes sociales a lo largo de los años) se hallan a sí mismos mirando los documentales fumados y comienzan a hilvanar, en el sigilo alucinatorio de ambas drogas (la marihuana y la tv por cable) una realidad paralela, en donde seres humanos y seres del mar, casi mitológicos, se encuentran en un ritmo universal sincopado. El ritmo de la disolución o “la letanía arrítmica” de la disolución. Busqued ha dicho que esas escenas las apuró a último momento para alcanzar el número de páginas requerido para presentarse al Premio Herralde: es una anécdota deliciosa que merece ser cierta.

Sumadas a estas escenas, el hallazgo del ajolote o axolotl por parte de Cetarti en la casa de su hermano asesinado reenvía inmediatamente al inolvidable cuento de Cortázar: de tanto mirar un axolotl, un hombre deviene axolotl y en ese devenir acuático imagina que tal vez los axolotls son antiguos reyes que están prisioneros en ese ese cuerpo anfibio, en tránsito, purgando una condena expiatoria. A través de Cetarti, la novela plantea intermitente esa pregunta: ¿nos transformamos en aquello que miramos y miramos?, ¿estamos condenados a ser, eventualmente, aquello que miramos, seres subsidiarios de nuestros oscuros, cuando no inconfesables objetos del deseo? Perplejidades tales no están, no pueden hacerse presentes en la película. En esta película de Caetano por lo menos. Dicho esto, hay que decir también que el casting tampoco ayuda: al siempre eficaz Hendler no se lo ve muy cómodo en el lugar de Cetarti, como si todo el tiempo estuviera preguntándose qué hace en ese pobre y seco arrabal chaqueño y no en Piriápolis o alguna playa aledaña. Hendler, ese eterno adolescente, está un poco demasiado maduro para el personaje de Cetarti. Y no ayuda que en el guión hayan decidido prescindir de esos diálogos delirantes entre Danielito y Cetarti en donde discuten las ventajas de convivir con un elefante indio o africano, entre otros.

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Por último, la decisión de subirle el precio a la violencia y poner a Duarte en el centro de la escena. hace de la película una película sobre seres completamente inventados. Duarte ya viene completamente inventado, en la novela también, con esa carga de psicopatía y secretismo delictual. Narrativamente, Duarte es un astro detenido y Cetarti una estrella fugaz: se lee precisamente como un ser larval, en proceso o tránsito hacia una fugacidad luego de estar mucho tiempo detenido. No se si ese es el propósito de cualquier libro o película: regalarnos un alma o un puñado de almas en tensión. Sé que prefiero esos libros o esas películas. Por eso prefiero la novela de Cetarti a la película de Duarte.

Una nota final. No ayudó al relativo fracaso de la película que Busqued haya dicho de ella, en elegante castellano arcaico, que era “una mierda”. Por supuesto debe haber tenido razones y escrúpulos autorales para tal afirmación, pero parece un poco mucho. Lamentablemente, ya no habrá tiempo para que pueda revisarla.

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