Se estrenó en Cine.Ar TV y Cine.Ar Play, “La muerte de un perro“, ópera prima del joven guionista y director Matías Ganz, una coproducción entre Uruguay y Argentina que protagonizan Guillermo Arengo y Pelusa Vidal y que puede inscribirse en la tradición de comedias del cine independiente uruguayo como Whisky o 25 Watts (de Rebella y Stoll).
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El film se puede ver gratis hasta el jueves, y cuenta la historia de Mario y Silvia, quienes atraviesan traumáticamente su jubilación cuando su casa es desmantelada por ladrones. Esto los sumerge en un espiral de inseguridad y paranoia al que arrastrarán también a su familia, hasta mancharlo todo con sangre.
La sociedad de consumo y las mayores posibilidades de acceso a bienes y servicios, sumados a varios derechos para los trabajadores de nuestro país, dieron origen a nuevos estamentos sociales, y allí es que toma fuerza la tan mentada clase media. Pero la idea no es aburrir con una clase sobre sociedad, consumo y economía. Luego hay toda una especie de culpa que remeda el golpe de pecho judeo cristiano en la que nadie es responsable de nada y a la clase media que engloba(ba) una porción importante de la población (una clase que, como tal, y en virtud de su definición original, localmente ya no existe hace mucho tiempo) se transforma en un espacio virtual al que nadie pertenece, como una mancha en el expediente.
Pareciera, en un inicio, el acento estuviera puesto en ello y resultara que la contraparte en este enfrentamiento-muestra gratis de una sociedad que de por sí se cae a pedazos y de la que quienes están (estamos) en la real cuerda floja, y siempre cayendo un poquito más, fuera solamente sufriente. De ellos no se sabe nada. Ni de qué viven, ni cuánto ganan, ni nada. Tal vez el humor “diferente” que costó encontrar al inicio, como una mueca irónica, se encuentre también allí. Además de la pantomima del tipejo con (quería usar este término alguna vez) white people problems que baja al barro una vez cada tanto, se acerca al auto y le dice “hermana” a la empleada que entiende se encuentra contratada bajo la modalidad de trabajo no registrado.
Parece hasta un poco más de la mitad del film una crítica medio lavada que pretende ir por un costado con atisbos de comedia y, por el otro “wing”, con algo de tensión tipo thriller. Y ahí es cuando el guion da un golpe de timón, parece, casi, haber sido tarde para sorprender al espectador que estaba esperando que las diferentes piezas del rompecabezas, tal como me gusta pensar la construcción de una historia, toman su espacio y encajan al fin. Pero no.
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Entonces lo que sucede y lo que se genera, (que me recuerda, siempre salvando las distancias, a La comunidad, de Alex de la Iglesia, o a La valija de Benavídez, de Laura Casabé), procura hacernos pensar, respecto de la acción del descarte de los cuerpos, una suerte de segundo descubrimiento filosófico doloroso luego de la aceptación de la finitud. Es una cuestión de comprensión del funcionamiento de las clases, pero es también algo que supera a las partes, a los componentes de una sociedad; una sociedad que se arma y se constituye según intereses aún más grandes, que la superan. No hay conspiranoia en ello. Como en el Don Pirulero, cada cual atiende su juego. Y si todo se desmadra la culpa “no es de nadie”. Menos aún de los titiriteros. Y todos seguimos adelante como si nada hubiera pasado.
PUNTAJE : 8/10


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