Crítica – “Una historia de la prohibición”: sólo una campana


Si bien la película de Juan Manuel Suppa Altman y Martín Rieznik muestra su lucha por los derechos y la cultura cannábica, ignora el lado B de la historia. Se puede ver desde el martes en Cine.ar PLAY. El documental argentino devela los mecanismos de la construcción de los estereotipos y, desde ahí, expone cómo el Estado impone un sistema de violencia sobre los sectores más débiles de la sociedad.

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La idea de hacer esta película es que invite a repensar un problema argentino urgente. Las características internacionales del conflicto hicieron imprescindible repasar hechos de la historia de EEUU y de otros países de la región, no obstante en el documental la mirada siempre vuelve a la Argentina y sus particularidades históricas.

En octubre de 2016, Eric Sepúlveda es detenido en Córdoba, por poseer 50 ml. de aceite de marihuana medicinal. Es trasladado a un penal de máxima seguridad y podrían condenarlo a 15 años de prisión. En Bs As, el periodista Martín Armada se involucra en el caso. ¿Por qué se prohibieron las drogas en Argentina? ¿Qué sucede en países con un modelo alternativo como Uruguay? El documental narra una historia personal y un recorrido por los principales hitos de la guerra a las drogas en nuestro país y el mundo. El caso de Eric es el disparador de una cronología de la prohibición de las drogas a nivel nacional y mundial, que parte de la colonización de América y llega a las agresivas políticas de los últimos años. La idea de castigar al más débil sigue vigente y se ve exacerbado en lo que deja ver este documental.

Uno de sus directores, Suppa Altman, publicó La Prohibición: Un siglo de Guerra a las Drogas, en 2018, en el que se basa el guion de la película. Al respecto, su autor dice: “Esta no es una historia de las drogas ni una historia del narcotráfico, es una historia de La Prohibición. El proyecto siempre tuvo un rumbo seguro y límites precisos: retratar y analizar la lucha despiadada contra personas que consumen determinadas sustancias y quienes más se exponen al proveerlas; todo en nombre de una moral racial y colonialista, en beneficio de un complejo entramado médico, policial, judicial, político, militar, industrial, farmacéutico y financiero”. 

El consumo de estupefacientes se ve representado en el imaginario cultural por los marginados sociales y, para combatir eso, aparece la violencia de Estado, con la batuta de la Policía, para criminalizar a esos y “defender” a la sociedad “ejemplar”. Así, se construye una simbología clara: el “malo”, el “enfermo”, es el que hay que sanar o, por lo menos, ocultar para que no atente contra el orden social. Entonces vemos que en el gobierno de facto de Onganía, los consumidores eran internados en psiquiátricos y que, en 1964, la ONU declaró a Buenos Aires el principal centro de consumo de América. El fallo Colavini (1978) por tenencia de marihuana, le dio sustento legal a la persecución de los usuarios de drogas. Y, así, la lista que enumeran de cosas que se podrían haber manejado distinto es interminable. 

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Ahora hay manifestaciones en las calles para la legalización y la marihuana ya dejó de ser un tabú, pero igualmente todo se hace desde la clandestinidad debido a que la tenencia es delito. Es entonces donde queda ese lado B mencionado, al descubierto. El documental no se ocupa de dar voz a los que se manifiestan en contra de lo que los directores (y mucha gente) defiende; no hay otras entrevistas; no se escucha la otra campana. En esto es lo que la película falla, quizás porque ya está bastante instalado en la agenda mediática y judicial el decir que está mal consumir o cultivar. Claro está que el documental está enfocado puramente en la prohibición (de ahí el título), aunque no se puedan vislumbrar las justificaciones de quienes están en contra, lo que le daría más veracidad y peso al relato.

Puntaje: 5/10

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