¿Es buen negocio dejar de ir al cine?


Si bien es cierto que hace un buen tiempo el acceso a las producciones audiovisuales viene siendo cada vez más amplio y cualquier persona con internet puede ver la película o serie que quiera en cualquier momento, Screening Room, la empresa de Sean Parker (co-fundador de Facebook y Napster) ha ido más allá y ha planteado la posibilidad de que los estrenos ya no sean en las salas comerciales sino directamente, en simultaneo, en casa del consumidor.

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Además de la búsqueda económica, esta propuesta encuentra el apoyo de varios de los más reconocidos directores de Hollywood como Steven Spielberg, Martin Scorsese, Peter Jackson, J.J. Abrams y Ron Howard quienes, también, aportarían dinero para llevar a delante la nueva propuesta. Así, el plan ya está diagramado y en dólares: la instalación costaría 150$ y cada alquiler 50$, estando disponible durante 48 horas para su visualización. Además de eso, el cliente recibiría 2 entradas para ir al cine (se preguntará usted “¿para qué?”). Hasta 20$ por cada película alquilada podrían llevarse las cadenas de cine que apoyen el plan; un 20% iría a la distribuidora y un 10% a los creadores de Screening Room. Negocio redondo.

screningSe sabe ya muy bien que la lógica de estas prácticas consiste en la promesa de darles libertad (término sobrevalorado en nuestro mundo moderno y occidental) a las personas, en este caso al espectador. Ya no se está atado a condiciones ajenas, sino que uno puede decidir, libremente, cuándo ver una película o la mitad, o solamente el final. Es cierto, la práctica se le adelanto a la cuestión legal y fue llamada piratería, siendo condenada por el Cine como institución en general, con las grandes distribuidoras a la cabeza. Luego, digamos, para ser breves, que la práctica se institucionalizó y aparecieron plataformas Streaming que convinieron con las productoras (o sea, les pagaron su parte) y, de a poco y con varios muchachos tras las rejas, llegamos a lo que hoy es moneda corriente, tener Netflix en casa. O sea que la lógica es la misma, solamente que ahora estamos todos contentos. Por su parte, la piratería no desapareció (cosa que nunca va a ocurrir) sino que se está reinventando constantemente y el material se va resubiendo a distintos servidores a los que aún no les ha caído el peso de la ley.

Ahora bien, está nueva manera de visualizar parecía tener un límite: no dejar de ir al cine, o al menos no dejar de ir del todo, cuando el bolsillo lo permite o cuando uno tiene la idea de que tal o cual película merece la pena ser vista en una sala con buen sonido y calidad en la imagen. Allí aparecieron las novedades tecnológicas (oh, casualidad) del 3D para tratar de llamar la atención, sobre todo, a las nuevas generaciones, ya nativas de internet, y reconfigurar al cine. Desde su producción hasta su proyección, las películas están pensadas en lógica 3D. Yendo aún más allá, tenemos la tecnología del 4D, que llegará a nuestro país próximamente.

Si este emprendimiento se lleva a cabo, por más que le regalen a uno esas dos entradas de cine, la actividad social de ir al cine es la que pierde, y con ella nosotros, la sociedad. Recordemos que el cine nació, entre otras cosas, como un intento por no perder la

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Sean Parker creador de Facebook y Napster

interacción social de las personas cada vez más segmentadas en la rutina de la sociedad de masas de las grandes ciudades. O al menos logró su popularidad por tal motivo. Con el tiempo (y el claro efecto de reducir todas nuestras expresiones, en este caso artísticas, a la mercancía), las películas se tornaron solamente eso: un producto; como tal, debe consumirse, y sabemos que el consumo tiene la lógica de apartarnos unos de otros. El consumo es una acción individual, solitaria. La lógica de mercado le huye a las multitudes y busca reducirnos a eslabones de un todo que no conocemos pero del que nos es imposible zafar. Ustedes dirán que es más cómodo, que lo veo de mi casa, que ir al cine es caro y da un toque de paja. Está bien, puede que los argumentos sean valederos, pero ninguno tiene un peso más grande que el de bregar por la interacción real de las personas. Que las cosas nos sean cada vez más cómodas, o nos demanden menor esfuerzo no es sinónimo de mejoría, esto es arte puesto al servicio de las multitudes.

 

No dejemos de recrearnos y esparcirnos por la comodidad de las innovaciones tecnológicas. Hay cosas que vale la pena compartir, confluir, coincidir o disentir, pero con el otro, con los otros. De allí nacen las superaciones. Ahí no hay individualidad que valga: esto no es como el cine, aquí no hay héroes solitarios. Pongamos un límite, no dejemos de ir al cine.

Matias Zanetti firma

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