Este thriller argentino dirigido por Rodolfo Durán, con un elenco de gran nivel, narra la historia de una familia inmersa en la delincuencia, que va teniendo diferentes conflictos (ninguno muy marcado como para desarrollarse) y hacen a la trama interesante, justificada principalmente en la construcción de los personajes. Cada uno manifiesta sus deseos, miedos, frustraciones. No hay héroes ni villanos, solo personas a las que la vida les juega algunas malas pasadas y se ven enredados en complicadas situaciones.
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Las interpretaciones son, claramente, uno de los pilares fundamentales para mantener llamativa la trama. Desde Daniel Fanego, que siempre aporta gran nivel; Alberto Ajaka, que viene haciéndose un lugar importante en la pantalla grande; o Ezequiel Baquero, que logra una interpretación muy fresca y empática. Quizás, Luciano Cáceres queda un poco por afuera de los cánones que pretende la película, desentona su nula expresividad, además de tener un personaje con una personalidad bastante cargada, seguramente para mostrar lo disímiles que son los integrantes de la familia. Más allá de todo, es excelente el casting y la dirección.
El ritmo es lo suficientemente lento como para, de a ratos, llegar a aburrir, pese a que sólo dure 92 minutos. La fotografía no termina de ser bien lograda y el paso de un paisaje a otro, o de un estadío de la trama a otro, no se llega a disfrutar. Aunque vale destacar el desarrollo de la trama, el final cerrado en el que hace al espectador posicionarse en algún bando y reflexionar sobre las vueltas de la vida. Por fin, un thriller que aporta calidad al género en lo nacional.
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