En un pueblo (del que no sabemos mucho) las niñas desaparecen. No se sabe a dónde van, ni qué sucede con ellas, hasta que una de ellas, Elena (Justina Bustos) regresa años después. Luego de esto, su hermano médico Facundo (Guillermo Pfening) ayuda a que Elena se recupere de un misterioso virus, y luego la lleva a vivir a su casa, donde vive con su mujer Valeria (Cecilia Cartagena) y sus dos hijas, quienes tienen esa edad que las hace potenciales víctimas de desaparición.
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“Matar al dragón” retoma un relato fantástico, de cuento de hadas; esos cuentos que de grandes nos fuimos dando cuenta que eran mucho más rebuscados y oscuros que lo que parecían en un principio. Arranca con una excelente animación que nos cuenta el destino de la última bruja que habitó esas tierras y que permanece como subtexto a lo largo de toda la trama.
El paraje real, el mundo concreto donde suceden estas acciones, nunca deja de ser “un lugar muy muy lejano”: la mayor parte sucede dentro de la casona que habitan, que hace alarde de una ambientación muy precisa. En la producción se logra transformarla en un lugar luminoso y alegre, pero difuso y fantástico. El hospital, donde el hermano atiende a Elena y da ciertas instrucciones, es un espacio blanco, como una especie de gran domo, decisión que celebro y ayuda a concentrarnos en lo que realmente importa: no dónde estamos, sino lo que sucede.
Los vestuarios y los peinados, en particular de los personajes femeninos, ayudan también a construir esta ilusión fantástica: salvo Elena, que aún llega de “otro lado”, las mujeres de la casa se ven etéreas, angelicales, cual hadas. Sin embargo, y esto hay que rescatarlo, no son personajes anclados en la tradición femenina “rosada” de un héroe que las rescate. Cuando hay que agarrar una escopeta, la agarran.
Todo este mundo casi ideal entra en tajante contraposición con otros espacios que se muestran: desde lo visual es clara en muchos sentidos la diferenciación entre el lugar sagrado y el maldito, el de calma y el de peligro, el del bien y el del mal. Para coronar el código, por supuesto tenemos la presencia de un bosque, y de las secuencias que allí transcurren quiero destacar el montaje y la musicalización, que logran transmitir al espectador la misma desesperación que viven los personajes.
Como todo cuento (o película) clásica, hay una serie de villanos, y lo que hace Luis Machín es increíble. Salí de la sala pensando “a este tipo le das un paquete de arroz y te hace un asado para diez personas”. Es una gran alegría para los amantes del cine de género nacional que grandes figuras apuesten a este tipo de proyectos, y los resultados se notan.
“Clementina”, la película anterior de la directora Jimena Monteoliva, me había gustado, aunque al principio me había costado un poco engancharme y entrar en el código. Con “Matar al dragón” me pasó todo lo contrario: esa magia latente en el mundo que transitan los personajes por algún motivo se materializa y te atrapa de principio a fin. Es una de esas películas que no podés dejar de ver.
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